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Los visitantes
Héctor Rentería 

 

Los visitantes

 

 

 

Debido a la falta de espacio y tiempo para producir obra de gran formato, en 2014, Héctor comenzó una serie de pinturas/ejercicios de pequeño formato. Comenzó a trabajarlas en medidas de tiempo y espacio pequeñas: media hora, dos horas, cuatro horas; 20x20, 10x13, 5x5cm.

 

Pintura atomizada. Un rato en la tarde para trabajar un contraste en específico, otra tarde para probar un ritmo, unas horas en la madrugada para equilibrar una forma. Y a las semanas de convivir con ellas, en caso de ya no encontrarlas interesantes, lijarlas o pintarlas encima; por los cantos o al reverso. Cada pintura fue cobrando vida con sedimentos de pigmento y el paso de los meses. 

 

Después de algunos años de trabajar de este modo, las pequeñas piezas comenzaron a moverse por el estudio, aparecían en la cocina, en los libreros, entre otros objetos. Su movimiento por mundano era casi imperceptible. Nunca se les trató con solemnidad, por que nunca estuvieron terminadas, por que eran muy pequeñas, estaban pintadas por todos sus lados y por que no estaban colgadas en los muros. Se comportaban y se les trataba como a cualquier otra cosa. Se podían retocar fácilmente si sufrían algún daño, por lo que bien podían estar amontonadas en una caja o tenerlas cerca, de cualquier forma cambiaban constantemente de lugar.

 

Objetos con la capacidad de camuflarse, de entablar armonías de color en cualquier entorno. En un librero, puestos de perfil, se les confundían los lados entre los lomos de los libros; uno amarillo vivió meses recostado sobre un frigobar de color tinto. Extraños y bellos insertos de una realidad en otra.

 

Tras un par de años más, como una nueva manera de medir el tiempo, seguían apareciendo constantes y puntuales. Se desbordaron del estudio a nuestra casa y casas de amigos. Héctor comenzó a regalarlas, tenían un formato adecuado para mimetizarse no solo como objetos, si no como regalo de cumpleaños o suvenir. Un amigo se llevó el suyo en el bolsillo de su camisa. A veces Héctor seleccionaba uno para ti, otras te invitaba a que escogieras de entre todos. 

 

Para agradecer el gesto le enviaban a cambio una foto del visitante en su nuevo hogar. Algunos realizaron viajes largos, otros acompañaron a una enferma en su buró durante días difíciles. Uno no quiso irse solo y se pegó a su hermano, los dos con los mismos tonos verdes. Otro sirvió de ofrenda, entre sal y un vaso con agua, en un altar de muertos. 

 

En los últimos ocho años los visitantes se han esparcido por el mundo.

 

 

 

 

 

 

 

_Claudia Cisneros

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